Día Mundial de la Tierra… ¿de veras?

Día Mundial de la Tierra… ¿de veras?

Por Francisco Martínez Gracián

22 de abril, Día de la Tierra. ¡Ah que nosotros los hombres y nuestros desplantes antropocéntricos! Ahora sucede que precisamente al planeta del que surgimos, a aquél con el que se fundirán nuestros restos, al que ahora nos presta piso y alimento, no pudiendo reprimir más nuestra generosidad, ¡le dedicamos un día! ¡Sí!, de entre todos ésos que construyan el tiempo de nuestra vida, le vamos a regalar ese intervalo constituido entre dos pasos sucesivos del sol por un meridiano al cruce de su latitud ecuatorial de modo que su capital alcance las 24 horas. Es decir, me refiero al día promedio de carácter solar. No al más corto, ofensa a nuestra magnanimidad, identificado como día siderio o lapso equivalente a una rotación completa de la tierra en relación a las lejanas estrellas, cuyo guarismo sólo suma las 23 horas, 56 minutos, 4 segundos y, de éstos últimos, 9 décimas.

A pesar de su enorme capital cultural, la cultura occidental capitaliza el valor humano de la tierra en un día solar y ése le dedica. Tierra, este domingo 22 de abril, te deseamos feliz día. Vaya pobre manera de ver a quien sostiene nuestra vida entera. Prefiero mil veces, entonces, la cultura p´urhépecha y su manera de referirse al planeta: ¡juchari echeri, juchari nandi! = ¡nuestra madre! Porque así sonaría repugnante dedicarle, cuando ella nos regala todos, sólo este día. También porque todos, gente “de razón” y “gente indígena” sabemos muy bien que nuestra mamá no espera proclamas y discursos, sino convivencia total, devoción completa, respeto reverente, amor y trabajo conjunto. Ella brindándosenos hasta el exceso, nosotros, correspondiendo a ese esferoide y quinto en tamaño de los ocho planetas en órbita alrededor del sol y único que podemos habitar como hombres.

¿Cómo describir a nuestra madre tierra? Un geógrafo nos daría cátedra arguyendo algunas de sus características constantes: densidad media=5,517x103 kg/m-3; masa=5.976x1024 mg; volumen=1.083x1021m3; aceleración de la gravedad=9,812 m/sg-2; superficie total=510 millones de km2; superficie terrestre (22,22%)=149 millones de km2; superficie oceánica (70,78%)=361 millones de km2; radio medio=6,371 km; circunferencia ecuatorial=6,378.5 km; radio polar=6,357 km; circunferencia ecuatorial=40,067 km; circunferencia meridional=39,999.7 km; altura media=875 msnm; altura mayor=8,850 m; punto más bajo de su superficie=396.2 mbnm; mayor profundidad oceánica=10,430 mbnm, etc. Por no abundar las características de núcleo, de su corteza, de su manto, de su geodesia o de su discontinuidad. Pero, a no ser un médico trasnochado, nadie describiría así a su madre. Porque allende sus medidas físicas queda su innombrable belleza, su ilimitada generosidad, su amor como esencia. Y eso, en tanto el capitalista occidental se ciega buscando cómo explotar lo cuantificable de esa herencia material, lo capta muy bien la cultura p´urhépecha.

En todo caso y para no ser desairista, este 22 de abril Día t´urixi de la Tierra pudiéramos recordar algunas de sus cartas de identidad, sobre todo aquéllas que, para apuntalar nuestra permanencia en ella, hay que cuidar. Por ejemplo, que nuestra linda y querida madre tierra es dinámica. Si la mayoría de sus procesos de cambio los efectúa de manera tan lenta que a lo largo de la vida de un hombre no se pueden prácticamente percibir, por ahí están actuando de manera inexorable y, dado los miles de millones de años abarcados por el tiempo geológico, que no es otro el tiempo de nuestro planeta, producen efectos profundos. Y aunque mil vidas no nos alcanzasen para poderlo atestiguar, existen fuerzas que mueven continentes enteros. Nuestra madre la tierra evoluciona. De hecho, aunque fuera por la enorme diferencia entre su edad y la nuestra, hay que tenerle respeto. En tanto la nuestra por larga que nos parezca no rebasa las diez décadas, la tierra, una vez determinada la cantidad de uranio-235, uranio-238, plomo-207 y plomo-206 presentes en su corteza, restados el plomo-206 y plomo-207 primordial presentes en los meteoritos, podemos calcular su edad por las relaciones U235/Pb207 y U238/Pb206, lo que nos da 4750/4800 millones de años. De modo que desde el eón azoico, allá cuando se formó la corteza hace 4,600 millones de años, al período cuaternario - 1.6 millones de años al hoy en día- el pisocoico o tiempo transcurrido desde que comenzamos a aparecer nosotros, mal que le pese a nuestra soberbia, hay una diferencia tal que no hemos vivido como humanidad más que instante de la tierra. Sería entonces el colmo de los colmos que, habiendo nuestra madre preparado por miles de millones de años nuestra existencia, por irresponsabilidad nuestra en un segundo geológico la pongamos a peligrar.

Francisco Martínez

Comentarios: palenquepurhe@yahoo.com.mx

Fuente:

http://www.xiranhua.com.mx/opiniones07/opinion14.htm

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